Mutilación Genital Femenina, ¿culpa de los hombres?

Según una reciente nota de prensa publicada por UNICEF la mayoría de hombres y mujeres se oponen a la Mutilación Genital Femenina (MGF) en los países donde la práctica aún persiste.

De acuerdo con las cifras aportadas por esta organización de ayuda humanitaria, aproximadamente dos tercios de los hombres, mujeres y niños de las comunidades donde sigue siendo habitual la MGF se oponen a que esta terrible tradición continúe.

“A pesar de que la mutilación genital femenina se asocia con la discriminación de género, nuestros resultados muestran que la mayoría de niños y hombres son, en realidad, contrarios a ella” ha dicho Francesca Moneti, Especialista en Protección Infantil Senior de UNICEF. “Desafortunadamente, el deseo de poner fin a la mutilación genital femenina de estas personas está habitualmente oculto, y muchas mujeres y hombres continúan creyendo que la práctica es necesaria a fin de ser aceptados en sus comunidades.”

Los datos muestran que en algunos países los hombres se oponen con más firmeza a la MGF que las mujeres. En Guinea —el segundo de los países del mundo con mayor prevalencia— el 38% de hombres y niños está en contra de la MGF, en comparación con el 21% de las mujeres y las niñas. El mismo patrón se observa en Sierra Leona, donde el 40% de los varones quieren la práctica termine, comparado con el 23% de mujeres y niñas.

La diferencia más notable entre hombres y mujeres respecto a la percepción de la MGF está también en Guinea, donde el 46% de hombres y niños dicen que la MGF no tiene ningún beneficio, en comparación con sólo el 10% de las mujeres y las niñas. Los resultados también muestran que en poco más de la mitad de los 15 países con datos disponibles, al menos 1 de cada 3 mujeres y niñas dicen que la MGF no tiene beneficios. La proporción es muy similar entre hombres y niños y los hombres en 10 de los 12 países con datos disponibles.

La investigación de UNICEF también revela un posible vínculo entre la educación de la madre y la probabilidad su hija sea cortada. Entre los 28 países con datos disponibles, alrededor de 1 de cada 5 hijas de mujeres sin educación han sufrido MGF, en comparación con 1 de cada 9 hijas de madres con al menos educación secundaria.

Otro artículo en BBC Mundo,  muestra que la mujer es un factor crucial en la práctica de la ablación genital femenina, en este caso en Colombia, cito unos extractos:

“Le voy a contar una historia del Cañón de Garrapatas”, me dice Laura.

La historia comienza al nacer una niña, el octavo bebé de una madre del mismo resguardo que Laura, una indígena Embera de Colombia.
“Ella vio lo que hacían las parteras”, explica, “no quiso estar jodiendo a las parteras y solita lo hizo. Cortó con una tijerita el clítoris de la bebé y como que se le traspasó y le empezó a salir un chorro de sangre”.

En su desesperación —recuerda Laura— la mujer no le contó a su esposo lo que había hecho, le dijo que la pequeña había nacido enferma. Cosa de espíritus.

La llevaron a dos días de camino para que la curaran —el Cañón de Garrapatas, en el límite entre los departamentos de Valle del Cauca y Chocó, en el occidente colombiano, es una zona remota y de difícil acceso—, pero no hubo forma.

“La niñita se murió así, vaciándole sangre, con hemorragia y ella quedó como la mamá que mató”.

La mujer no pensaba en hacer un daño, con base en sus creencias asumía que le estaba haciendo un bien a la bebé una “curación” -como se conoce entre las indígenas, los hombres no participan del proceso- o “corte del callo”.

“Anteriormente, cuando nacían, se amarraban las piernitas, compraban una cuchillita… Las niñas nacen con una cosita así, vea (con la mano representa la vulva y con un dedo el clítoris), entonces eso le cortaban. Uno hoy en día no puede hacer eso porque lo llevan a la cárcel”.

Así habla, sin ocultar su temor, Irene Guasiruma, una mayora (anciana) del resguardo Wasiruma, en Valle del Cauca.

“No, yo nunca asesiné niñas. Pobrecitas, cómo va uno a cortar eso, ¿no? A mi madre le gustaba cortar a las niñas, pero mi mamá nunca mató a nadie, cortaba bien perfecto”.

Los mayores y las mayoras cumplen un rol esencial en la comunidad Embera, son su memoria viviente, el referente al que acuden los más jóvenes, incluidos líderes, consejeros y gobernadores, para pedir consejo y tomar decisiones de acuerdo a lo que dicta el conocimiento tradicional.

En esos mismos días, un médico tradicional del mismo resguardo se encargaba junto a un compañero de arrojar agua mezclada con diferentes plantas sobre los que entraban a un recinto para asegurarse de limpiar a todos los presentes de espíritus negativos.

Se trataba de encuentro para hablar acerca de la ablación entre los Embera, al que concurrieron hombres y mujeres de ese pueblo, de otros grupos indígenas, así como representantes del Estado y de UNFPA.

En una de las últimas intervenciones del día, Blanca Lucila Andrade dejó perplejos a muchos al admitir no sólo que ella fue sometida a la ablación sino también que, como partera tradicional, lo hizo con sus cuatro hijas y con sus nietas.

El origen

Sobre el origen de la práctica hay tres versiones, de acuerdo con el historiador Víctor Zuluaga Gómez, quien se ha dedicado a estudiar por años a los Embera.

Por un lado está la idea de que se trata de una práctica ancestral de la comunidad, por el otro que fue introducido por un grupo de monjas a principios del siglo XX y, finalmente que fue algo que los indígenas adoptaron de esclavos negros musulmanes provenientes de Malí en torno al siglo XVIII.

Zuluaga Gómez está convencido de que esto último fue lo que ocurrió.

“Es una teoría bastante consistente”, cree Esmeralda Ruiz, consultora de UNFPA en temas de ablación.

Que sea así es fundamental si se quiere erradicar la práctica, porque implicaría que no se trata de una costumbre originaria del pueblo Embera, sino algo introducido.

Si ellas (las parteras tradicionales) creen que es de la cultura se van a aferrar, pero si entienden que no es de la cultura van a decir 'ah, entonces lo puedo dejar y no pasa nada'”, dice Ruiz.


A pesar de los dogmas y la narrativa habitual de la ideología de género ortodoxa, posiblemente el mayor problema de abolir la MGF en las culturas donde aún se practica no es que los hombres lo demanden para “controlar a sus esposas”. La mayor barrera para eliminar por fin esta tradición infame es que la mayoría de mujeres está a favor. En esos países, los “asuntos de mujeres” se consideran como algo separado de los “asuntos de hombres”. Los hombres pueden sentir disgusto por la MGF, pero no pueden hacer en realidad nada para evitarla, pues sería meterse en algo que no les concierne.

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