Vulgarizar la ciencia.


Siguiendo con el tema de la ciencia convertida en fulana y los fulanos que la pervierten, me encuentro con esta pequeña fábula que forma parte Il Novellino, libro anónimo del siglo XIII, según lo cita Carlos Fisas en Historias de la Historia. Ilustra oportunamente el asunto:
Hubo un filósofo al que le gustaba vulgarizar la ciencia ante los grandes señores y la vulgar gente, y sucedió que una noche soñó que la diosa de la Ciencia estaba en un burdel con otras bellas mujeres. El filósofo se asombró de ello y le preguntó:

-pero ¿qué es eso? ¿No eres la diosa de la Ciencia?
y ella respondió:
-Ciertamente lo soy.
-Y ¿cómo es que estás en un burdel?
Y ella respondió:
-Estoy aquí porque eres tú quien me ha traído.

Despertó el filósofo y pensó que vulgarizar la ciencia es irrespetuoso para con la deidad y, pensándolo bien, se arrepintió de ello porque no todas las cosas son lícitas y buenas para todas las personas.

Habitualmente se identifica vulgarizar con divulgar, en mi opinión son cosas distintas aunque se trate de ideas afines.

Vulgarizar es propio de los Sofistas enemigos Platón, es lo que hacen los malos divulgadores y los malos científicos. Los que traicionan los valores ilustrados de la investigación científica para vender su conocimiento al mejor postor, al discurso predominante, a la ideología establecida, al prejuicio del momento. Los que la transforman en un instrumento falaz al servicio de los "grandes señores", en algo que no es lícito ni es bueno para las personas, que solo sirve para manipular sus emociones.

Divulgar es poner una cosa al alcance del público profano con seriedad, de forma metódica, clara y precisa. Vulgarizar es convertir la ciencia en algo sucio, rastrero y vulgar. Algo falto de rigor, deliberadamente oscuro y confuso, presentando incluso información errónea o directamente seudocientífica. (1)

En ciencia no hay autoridades, aquellos que se proclaman como las únicas voces autorizadas no son divulgadores ni científicos, son vulgarizadores. La ciencia puede fallar, la autoridad no. Para mantener su imagen de figura autoritaria, tienen necesariamente que traicionar el espíritu autocrítico, la humildad intelectual y la honestidad epistemológica propia del pensamiento racional.

 

 

No divulgan, sino vulgarizan, aquellos que en lugar de reconocer los propios errores, limitaciones, contradicciones o mentiras, en un ejercicio de cinismo descarado inventan nuevos mecanismos de culpabilización social: acusar de ignorante a quien rechaza su “autoridad” y se atreve a dudar de sus afirmaciones cuando son claramente contradictorias.

No cambiaron su narrativa el día 9 de marzo, no es que dijeran una cosa hasta el día 8M y a partir de ahí hayan estado diciendo lo contrario, por ejemplo sobre las mascarillas,  sino que "la ciencia cambia" y eres tú el que "no entiende" como funciona, o algo peor, la rechazas.


 

El infierno son los otros, la culpa siempre es ajena, de "algunas personas", del pueblo que en su ignorancia no es digno del nivel que los vulgarizadores han alcanzado, no estamos a la altura del pedestal desde el que nos observan condescendientes sufriendo para redimir nuestros pecados cuál Simón del Desierto -La película de Luis Buñuel, no confundir con Simón de la Playa-.

 

La ciencia cambia, pero no tanto, se auto-corrige, pero no así, revoluciona, pero no en un día.

La ciencia evoluciona en un proceso lento y tortuoso que puede durar generaciones. El gran “cambiazo” no tiene nada que ver con la evolución natural del conocimiento debido a la aparición de nuevas evidencias, o con los "cambios de paradigma" de los que hablaba Thomas Kuhn.

Lo he llamado el "cambiazo" en un homenaje a un tropo narrativo muy habitual del genial Ibáñez en sus historietas de “Mortadelo y Filemón”. 

 

 

Dar "el cambiazo" es un truco o un rápido juego de manos, mediante el cual un ladrón o un malhechor te deja algo sin valor en el lugar que antes ocupaba algo valioso

Lo que vivimos en Marzo del 2020 es algo más cercano al mundo del humor absurdo del "tebeo" que a la ciencia, andábamos en una viñeta algo de gran valor en las manos,  algo precioso como un brillante, para en la siguiente viñeta darnos cuenta que nos lo habían cambiado por otra cosa distinta, algo sin valor como una berenjena.

 

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