Del cientifismo al genocidio.


Estos días en la prensa -que no todo va a ser malo- se ha colado esta pequeña joya escrita por el físico Gerald Holton, que ha sido de actualidad porque recientemente le han otorgado el premio Fronteras del Conocimiento.

"Desde la Grecia Antigua a la Alemania fascista y la Rusia de Stalin, e incluso en nuestros días, los registros muestran que los movimientos para deslegitimar la ciencia convencional siempre están dispuestos a ponerse al servicio de otras fuerzas que buscan desviar el curso de la civilización para sus propios intereses -por ejemplo para la glorificación del populismo (...) , el misticismo o las ideologías que despiertan el etnicismo rabioso o las pasiones nacionalistas. (...) la anticiencia puede ser en sí misma lo bastante inocua como para no ser más que el opio del pueblo, pero cuando se une al poder político puede convertirse en una bomba lista para explotar (...)"



Hablamos de "científismo" cuando la anticiencia se presenta maquillada como burda imitación de ciencia. Y cuando se une a la política, la ideología, los estados tiránicos, la avaricia económica desenfrenada, el populismo, etc. vamos camino del peor de los desastres. 

Justificando sus acciones en nombre de “la ciencia”, estas fuerzas corruptas han cometido las mayores atrocidades de la historia. Desde el racismo científico a la eugenesia, desde los experimentos en campos de concentración nazis hasta los realizados por Japón en el programa  “Escuadrón 731”.

Quienes nos preciamos de ser escépticos y racionalistas y defensores de la ciencia, debemos confrontar a sus auténticos enemigos, aquellos que desde el poder establecido o el provecho económico quieren convertirla en un instrumento para justificar sus intereses o prejuicios.

La verdadera ciencia es éticamente neutral, es una herramienta extraordinaria cuando es bien utilizada, pero puede ser un monstruo temible si se corrompe.
 
Es, al fin y al cabo, una empresa llevada a cabo por seres humanos falibles que buscan alcanzar mayor conocimiento por medio de un proceso de  ensayo y error.  Cuando su desarrollo es obstaculizado por el dogma suceden los errores más graves.

Confiar en la ciencia significa respetar el proceso y el método científico y no simplemente “seguir al líder” o “creer a la autoridad”. Esta confianza no consiste en aceptar  con fe ciega y sin pruebas cualquier afirmación de autoproclamados portavoces “de la ciencia”, defensores “del consenso científico”, tecnócratas de la sagrada orden de la simulación, hierofantes del  algoritmo, divulgadores del Decreto Ley, o adalides del movimiento escéptico en su santa cruzada  contra Miguel Bosé. Esto es especialmente así cuando sus puntos de vista y su afán investigador se han corrompido por los mencionados intereses ajenos a la ciencia.

Carl Sagan en “El Mundo y sus Demonios” nos advierte sobre la “falacia de autoridad” a la hora de evitar camelos:

El pensamiento escéptico es simplemente el medio de construir, y comprender, un argumento razonado y —especialmente importante— reconocer un argumento falaz o fraudulento. (...) Las «autoridades» han cometido errores en el pasado. Los volverán a cometer en el futuro. Quizá una manera mejor de decirlo es que en la ciencia no hay autoridades; como máximo, hay expertos.


Esas recién estrenadas “autoridades sanitarias” que han surgido del caos a partir de una fluctuación en el vacío cuántico para justificar cualquier imposición de los gobiernos, por muy abusiva y desproporcionada que sea, suponen el más reciente ejemplo, salvando las distancias, de los males del cientifismo y la anticiencia. 
 
Debemos liberarnos de su nefasta influencia lo antes posible.

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